El 24 de octubre de 2009, en Rosario, Santa Fe, Argentina, con la presencia y el apoyo de más de 40 origamistas de todo el país, cumplimentamos la asamblea fundacional, aprobamos los estatutos y elegimos autoridades.
Y terminamos el día orgullosos por haber cumplido nuestro sueño (plegando, por supuesto).
Cuando hace unos años atrás nos preguntábamos cuántos serían los que hacíamos origami, nuestras mejores y más optimistas apuestas no llegaban a dar cuenta de lo que resultó ser nuestra realidad actual.
Veníamos de un largo silencio, con intentos individuales o de pequeños grupos; nos costaba pensarnos diseminados por este larguísimo y anchísimo país que es el nuestro, encontrar la manera de apostar a conocernos, y romper con ese silencio, aunque sólo fuera a través de las maravillosas tecnologías actuales.
La lista iniciada por Patricia Apter fue el puntapié del intento de nuclearnos, que hoy —más consolidado— nos lleva a tener un órgano de comunicación. Esa lista fue y es el esfuerzo por darnos una palabra clave que nos convoque a todos; esa palabra es y será, por sobre las diferencias, Origami.
Y desde allí, intentar fortalecernos en la unión y en el encuentro, para sumarle a origami otra palabra clave: Argentina, y encontrar en ello nuestra propia identidad, desde los recortes del pasado casi desconocido, sumada a la fuerza del presente y tratando de acompasar el andar de los que ya individualmente andaban, con los que quisieran dar sus primeros pasos.
Esa suma nos dio Origami Argentina, un espacio desde donde empezar a construir otros horizontes.
Sobre la organización de Origami Argentina
Intento pensar aquí algunas cuestiones del por qué intentamos organizarnos, y también por qué nos llevó tanto tiempo empezar a lograrlo.

Participamos de una disciplina considerada por muchos dentro de ese submundo disciplinar que son las «disciplinas menores»: para algunos, «hobbies»; «artesanías» para algunos más.
Son las que se caracterizan por usar sólo nuestro tiempo libre. Ese que en las sociedades de nuestro tiempo parece sobrar o faltar, según sea nuestra condición laboral (digo laboral en el sentido de los trabajos en serio; ustedes entenderán).
Ese tiempo libre, sin embargo, representa el poco o mucho tiempo que narraríamos como el de hacer «lo que nos gusta», «lo que tenemos ganas»: el tiempo libre que añoramos, tiempo en el que se nutre nuestra vida.
Estamos divididos entre esto que es lo que hacemos de a ratitos, a salto de mata entre trabajos, en los ómnibus en los que recorremos cotidianamente parte de nuestro día, al llegar a nuestras casas luego de largos días de trabajo, o en las tardes de los fines de semana, cuando la vorágine nos permite elegir que queremos hacer; y nuestro tiempo laboral, ese en el que se centra nuestra vida.
Lo que narro no es sino una imagen estereotipada de la sociedad de nuestra época. En ese marco, es difícil pensar que sumarnos con otro que use su tiempo libre como uno brinde algún beneficio. Es casi a contramano de tener poco tiempo para hacer lo que queremos el usarlo en encontrarse con otro. Uno tiende más bien a usarlo casi sin respirar, para aprovecharlo al máximo.
Lo paradojal es que sólo en el momento en que intentamos sumarnos con ese o esos otros, es donde descubrimos cuánto nos enriquece ese encuentro. Con la dificultad extra de que, como tantas otras experiencias vivenciales, esta es difícil de transmitir, y entonces casi la única posibilidad es generar ese encuentro. Pero para encontrarnos se necesita de otros con los que encontramos, y eso conlleva al pequeño problema extra de que hay que conocer a esos otros, y encontrarlos, y entusiasmarlos.
Este es un camino lleno de idas y venidas, que requiere instalar instancias de encuentro y sostenerlas, y que como todos los «haceres» hace que uno se equivoque reiteradamente y decida seguir pese a los errores, aprendiendo de ellos.
Este es el proceso que transitamos estos últimos años: encontrarnos una vez cada tanto, sistematizar esos encuentros, una vez algunos, otra vez otros.
Algunas veces entre los más cercanos; otras viajando kilómetros para encontrarnos con los más distantes. Pero siempre encontrarnos, siempre abriendo puertas al o los otros, conscientes de que desde allí es desde donde queremos pivotear para organizarnos.
Lo cierto es que, pese a la paradoja, de ese encuentro salimos fortalecidos; aprendimos a esperar esos encuentros y a comunicarnos entre ellos, aprendimos a hacer foco en los acuerdos y desechar las disidencias… aprendimos origami plegando juntos, reconociendo el ritmo del grupo, y a divertirnos con ello.
Aprendimos, de la fuerza que el grupo nos transmitió, que ese era el camino que nos llevaría a poder construir alternativas. Y vimos que esas alternativas daban la llave para crecer, aun desde estas latitudes que parecen tan lejanas de los saberes desarrollados en nuestra disciplina. Desde allí surgió la posibilidad de asociarnos formalmente, y aquí estamos con esta Asociación Origami Argentina, aún demasiado joven, con sus 60 socios actuales, con los muchos por venir en un futuro, esperemos que cercano.
Con otros que quedaron en el camino y cuya ausencia duele cotidianamente, que sin duda deberíamos pensar como fruto de errores que no pudimos resolver para que se sumaran, pero que sin duda también podremos volver a invitar una y muchas veces para que nos ayuden a crecer en la distancia.
Aquí estamos, pequeños. Con una mezcla interesante de jóvenes y más grandes, mezcla que es una puesta a futuro, que esperamos disfrutar juntos plegando y viendo que el origami en la Argentina crece al ritmo de la organización, porque de ella devienen logros a los que no se hubiera podido llegar por la suma de individualidades.
Esta organización es una apuesta. Apuesta a poner a nuestra disciplina en su lugar dentro de los demás lenguajes de expresión. Apuesta sin recortes al origami, al argentino y al que nos permita llegar nuestro crecimiento. Apuesta a reivindicar nuestra historia, nuestros proyectos y aquellos otros proyectos latinoamericanos a los que podamos asociarnos en beneficio de nuestra disciplina y de todos nosotros.
Sólo será posible con el encuentro con todos. Si ustedes faltan, no habrá milagro.
Meri Affranchino